lunes, 21 de noviembre de 2011

Capaz

El cielo me sonríe, me pide que escriba un poco más.
Repaso con delicadeza en mi memoria los recuerdos de mi adolescencia, el dolor y la pasión en partes iguales, la muerte desmedida y la ingenuidad rodando por los fríos caudales de la libertad. Nunca me consideré una chica capaz, tal vez por el simple hecho de que jamás pude.
Cierro los ojos, me despliego en la laguna de las memorias y recuerdos, primero un pie, luego el otro, un escalofrío recorriendo mi espina dorsal, me inundo, me embriago y me sumerjo, sin miedo, ¿por qué temerle a mi pasado?.
Y allí lo veo todo nuevamente, como si una hoja de papel me describiera el guión que tuviera que relatar, allí me encuentro, en esa cutre escena del final y el principio, una paradoja y una horrible monotonía. Tal vez por eso me gustaba tanto. No tenía sentido, como yo.
Busco en mil relieves y sigo sin encontrar el orificio pero finalmente allí se encuentra, secuestrado entre sus sombras, como siempre, lo oigo acercarse, sus pasos persiguen mi conciencia y en ellos su dulce amargura me aclama, yo fui capaz, me recuerdo. Sí que lo logré. Conseguí escapar. A tiempo.
La claridad me estremece, el tiempo prologado y el ritmo en mis venas. No hay conexión de miradas. Él jamás me miró a los ojos con sinceridad, sencillamente al observarme era consciente de su despliegue de incredulidad, como sus ojos absorbían mi atmósfera y la convertía en algo más que nunca conseguí comprender del todo. Sus ojos verdes, en un lugar tan lejano como remoto. Nuevamente en frente de los míos. Escaneaba, allí, analizaba absolutamente todo, y se perdía en las tinieblas de su ayer. Su sonrisa, escondida entre los mil fuelles de su vida, y yo allí, viviendo su vida.
Lo recuerdo, lo recuerdo absolutamente todo. Su manera perspicaz de derrotarme en su diálogo, su ingenio y locura en partes iguales y aquella debilidad que lo contenía, su caparazón de fortaleza que tantas veces había hecho añicos en un santiamén, pero nada lo detenía, me buscaba e ignoraba como una vida sin final. Buscaba, tal vez solo se trataba de eso, de buscar.
Pero al parecer yo no lo comprendí, me aferré de verdad a sus mentiras y caí herida. Nunca fui demasiado fuerte en lo relacionado al amor, pero aquí abanicándome en sus sentimientos era más débil que ninguna.
Minúsculos movimientos y decisiones habrían terminado todo, pero yo no lo deseaba así, y no iba a tomar mi decisión final.
Dos años, dos años y no se si en realidad un poco más. Solo se que fue mucho tiempo y perdí mucho más.
Buscando en ningún lado algo que jamás me iba a ser dado.
Pero allí me encontraba sin embargo, y pidiendo a gritos un poco de amor me hallaba entre cuatro paredes de mármol. Mi vida se alejaba y yo la inmovilizaba, pero no pudo soportar demasiado.
Sus ojos deambulaban entre mis pensamientos, sus brazos me retenían con dureza y sus palabras me mantenían sin habla por mucho tiempo.
Buscar, buscar, buscar. ¿qué buscaba él en mí?.
Vendido los años, vendidos en el pasado y en un montón de hojas de papel, todas vendidas menos en mi corazón. Donde la astilla de su soberanía clavó su estaca y fiel compañera para jamás decir adiós.
No, no es amor. Es dolor. Es lo único que él me dio en todo ese tiempo. Ni un poco de aliento, ni mucho menos paz o reconciliación.
Solor dolor.

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