viernes, 25 de noviembre de 2011

Entre bastidores

El piso de mi habitación no es más que un lio de interminable fiesta. Por allí una remera se acuesta con otra, un par de hojas repasan los hechos de la noche anterior y los latidos de mi corazón embriagan el cuarto con su ritmo de descontrol.
 Las salidas son inmunes, las busquedas son escazas, solo aquí la verdad se haya presente entre un tumulto de viejos y mal cuidados retratos, allí y alla, todo son recuerdos. En unas hojas de papel, con una caligrafía pendiendo de una montaña subraya los acontecimientos de viejas horas, viejos presentes, viejos pasados, alejados en aquel papel de matices indescifrables.
Cuantas veces habré llorado encima de aquella cama, encerrada en las cuatro paredes de esta habitación, recostada sobre la pared, buscando escarbar en sus rincones para hallar alguna salvación, contemplando el techo, con los ojos desorbitados y el alma perdida. Casi puedo verme con claridad.
Una pobre niña de 16 años, pelos alborotados, ojos llorosos y labios resecos. Unas cuantas rayas sobre mi piel jurando libertad. Mis almohadas pintadas de rímel llevaban la cuenta de la cantidad de veces que me escondía entre ellas para escapar. No había dolor más grande que mi corazón latiendo con furia pidiendo gritar.
 Y lo hacía, gritaba, pero en silencio.
Escondía mis sentimientos entre mar de lágrimas mudas carentes de sonido alguno, me repetía con insistencia "mantenete fuerte, que no sepan que las sombras se apoderan de vos"
No funcionaba.
Nunca funciono.
Solo con escuchar latir mi corazón contra las paredes de mi cuerpo sabía que aquello no podía durar una eternidad, solo con contemplarme al espejo recobraba la esperanza de querer quitarme de encima los mil demonios y continuar en felicidad.
 Nunca supe la verdad, jamás fui consciente de ella hasta el momento que la cotidianidad de las demás personas no resultaba ser la misma que la mía. Mis horas eran diferentes, mis entretenimientos no eran los mismos y definitivamente lo poquito feliz que podía ser por algunos segundos no era nada en comparación a la felicidad de ellos.
Yo creía ser normal. De verdad lo creía. ¿Por qué alguien se impresionaría de ser devorado por un león? ¿Por qué alguien me mirara con extrañeza al notar las cicatrices en mi piel? ¿Desde cuándo la depresión y el dolor debe estar entre bastidores?.
Cuanta falsedad vi entre aquellos pasillos y cuartos angostos. Con sus sonrisas fingiendo felicidad, no eran más que payasos mal maquillados, profesionales con un título, pero sin derecho a recobrar la salud de los demás.
El alma se consume tanto que tu vida pasa a estar en un segundo plano, uno no termina intentando huir de la desesperación que te carcome por encontrar un poco de paz, sino del hecho de que dejen de tratarte como un enfermo y quieran hacerse con vos un motín de dinero.

Nunca estuve enferma.
Yo solo soy humana y nunca le tuve miedo a mis defectos.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Capaz

El cielo me sonríe, me pide que escriba un poco más.
Repaso con delicadeza en mi memoria los recuerdos de mi adolescencia, el dolor y la pasión en partes iguales, la muerte desmedida y la ingenuidad rodando por los fríos caudales de la libertad. Nunca me consideré una chica capaz, tal vez por el simple hecho de que jamás pude.
Cierro los ojos, me despliego en la laguna de las memorias y recuerdos, primero un pie, luego el otro, un escalofrío recorriendo mi espina dorsal, me inundo, me embriago y me sumerjo, sin miedo, ¿por qué temerle a mi pasado?.
Y allí lo veo todo nuevamente, como si una hoja de papel me describiera el guión que tuviera que relatar, allí me encuentro, en esa cutre escena del final y el principio, una paradoja y una horrible monotonía. Tal vez por eso me gustaba tanto. No tenía sentido, como yo.
Busco en mil relieves y sigo sin encontrar el orificio pero finalmente allí se encuentra, secuestrado entre sus sombras, como siempre, lo oigo acercarse, sus pasos persiguen mi conciencia y en ellos su dulce amargura me aclama, yo fui capaz, me recuerdo. Sí que lo logré. Conseguí escapar. A tiempo.
La claridad me estremece, el tiempo prologado y el ritmo en mis venas. No hay conexión de miradas. Él jamás me miró a los ojos con sinceridad, sencillamente al observarme era consciente de su despliegue de incredulidad, como sus ojos absorbían mi atmósfera y la convertía en algo más que nunca conseguí comprender del todo. Sus ojos verdes, en un lugar tan lejano como remoto. Nuevamente en frente de los míos. Escaneaba, allí, analizaba absolutamente todo, y se perdía en las tinieblas de su ayer. Su sonrisa, escondida entre los mil fuelles de su vida, y yo allí, viviendo su vida.
Lo recuerdo, lo recuerdo absolutamente todo. Su manera perspicaz de derrotarme en su diálogo, su ingenio y locura en partes iguales y aquella debilidad que lo contenía, su caparazón de fortaleza que tantas veces había hecho añicos en un santiamén, pero nada lo detenía, me buscaba e ignoraba como una vida sin final. Buscaba, tal vez solo se trataba de eso, de buscar.
Pero al parecer yo no lo comprendí, me aferré de verdad a sus mentiras y caí herida. Nunca fui demasiado fuerte en lo relacionado al amor, pero aquí abanicándome en sus sentimientos era más débil que ninguna.
Minúsculos movimientos y decisiones habrían terminado todo, pero yo no lo deseaba así, y no iba a tomar mi decisión final.
Dos años, dos años y no se si en realidad un poco más. Solo se que fue mucho tiempo y perdí mucho más.
Buscando en ningún lado algo que jamás me iba a ser dado.
Pero allí me encontraba sin embargo, y pidiendo a gritos un poco de amor me hallaba entre cuatro paredes de mármol. Mi vida se alejaba y yo la inmovilizaba, pero no pudo soportar demasiado.
Sus ojos deambulaban entre mis pensamientos, sus brazos me retenían con dureza y sus palabras me mantenían sin habla por mucho tiempo.
Buscar, buscar, buscar. ¿qué buscaba él en mí?.
Vendido los años, vendidos en el pasado y en un montón de hojas de papel, todas vendidas menos en mi corazón. Donde la astilla de su soberanía clavó su estaca y fiel compañera para jamás decir adiós.
No, no es amor. Es dolor. Es lo único que él me dio en todo ese tiempo. Ni un poco de aliento, ni mucho menos paz o reconciliación.
Solor dolor.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Dream on

Me pregunto si en algún lugar del mundo a alguien le importa lo que estoy diciendo.
Muchas veces temo dejar volar mi imaginación por miedo a que viaje demasiado lejos y jamás pueda volver atrás, es como un boomerang la mayoría del tiempo, suele regresar, pero si uno lo tira con demasiada fuerza y deseo desaparece en la penumbra y jamás deja de soñar. Soñamos de chicos y de grandes también está permitido, lo que es prohibido es soñar y vivir de maneras iguales, uno puede confundir la realidad con los hechos inverosímiles y al tocar el piso chocar y contemplar en un charco de fría piedad lo que has convertido tu vida, que no pudo llegar a ser.
No hay peor temor que soñar aquello sabiendo que jamás lo vamos a tener, y aún seguir haciéndolo porque muy en el fondo lo añoramos tanto que sentir que es un poco, solo un poco, real nos llena de satisfacción.
No sé si es bueno o malo soñar en cantidad, nos convierte un poco en locos, divagar entre un presente real y uno inexistente nos hace soñadores solitarios y sensibles. La realidad es cruel, demasiado al lado de nuestro mundo interior, y aquello duele, duele demasiado.
A veces sueño tanto que al verme en el espejo no logro reconocerme ¿en serio esta soy yo?, ¿con este pelo y estos ojos sin vida? ¿También este cuerpo y estas marcas en mi piel?. Me imaginaba de otra manera, en mi interior, y al contemplarme no soy más que un esqueleto, un borrador mal hecho de lo que añoré alguna vez. La ambición pienso, y la seguridad de querer sentirme hermosa
son tan fuertes a veces que me embriagan y llenan mi interior de deseos y reproches indecisos, injustificables, todo por querer llegar a la cima sin ningún esfuerzo y ver como los deseos más irracionales se vuelven realidad en mi Edén.
Anhelar lo imposible y no apreciar lo que uno posee es de estúpidos, y todos lo somos un poco.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

1, 2, 3, 4 y medio

En un pasado lejano:
Sigo sin ser útil del todo, aún en un tiempo remoto, donde todo yace en el piso, descompuesto en su debido lugar, las piezas desparramadas de un puzzle indrescifrable, un espejo resquebrajado y una sonrisa dibujada en la pared, todo para recordarme quién soy y lo que hago para existir. Viviendo en un libro con 100 páginas pero sin una continuación, donde no es todo más que él y yo, sin final feliz, sin nada más que pedir.
1, 2, 3, 4 y medio cuento.
1 a la mañana.
2 en el almuerzo.
Y 2 y medio por la noche.
1, 2 , 3, 4 y medio todos los días. Cuento y cuento, tragando con saliva áspera en mi interior, siento como la droga me ceda, como intenta llevarme a un mundo mejor. Pero no, mi corazón es más fuerte, a pesar que yace dormido en el sillón escuchando como a los lejos mis padres hablan de mí, de mis peliculas, de mí y lo que soy. Una sonrisa se me escapa por la comisura de los labios e intento hablar, pero las palabras no salen de mi boca, me limito a sonreir y lo hago como si aquello me costara la vida, de verdad me encantaría poder decirles que no estoy dormida, que esucho cada oración y palabra que profieren sus labios, a diferencia de los míos que se encuentran sellados con un hilo de metal.
Fue una mala idea me recuerdo, muy mala idea tomar el cuarto y medio a las 7 de la tarde, debería haberlo hecho entrada las 10 de la noche así mis brazos al menos consiguieran responderme a esta hora y pudiera cenar como es debido. Pero no puedo, estoy casi desmayada en el sillón, contemplandolo todo con mis ojos cerrados. Imaginandome la escena como si fuese parte de ella, ahora y siempre. Mis brazos débiles, intento hacer el esfuerzo pero no responden, solo consigo que un leve cosquillo me recorra todo el cuerpo. Vaya que saben como tranquilizarme cuando es necesario pienso, pero eso no bastaba, no era suficiente para que un corazón marchito como el mio dejara de pensar una y otra vez las mil tormentas que aún me esperaban. Lo sabía, era la más conciente de todas con respecto a ello: no iba a ser fácil, y de hecho no quería que lo fuera, deseaba verme llorar frente al espejo hasta que mis ojos fueran dos moretones rojos, hasta que mis labios resecos se rompieran en una mueca uniforme y mi piel marchita se quebrara mostrándome rojo fuego. Sí, si que lo quería, como siempre lo había querido de chica: la bella protagonista sufre, llora, llora, llora y nadie puede calmarla, no es afortunada en el amor y su pasada es tan turbio como un tsunami y frío como la antártida.
Frío me recuerdo, frío siento todos los días, ya no recuerdo lo que es el calor. Vivo con la desdicha de imaginarme el sol calentándo mi piel, embriagándome nuevamente, yo se que él me llama, me dice que regrese, que ya viví la locura de ser aquella loca protagonista de un cuento no de hadas, pero me resisto, por alguna extraña razón quiero más, y por sobretodo que ellos dos me vean, ¡aqui estoy yo y en esto me convirtieron! Por tu culpa, por tu puta culpa. Y por la mía, mi ingenua y miserable culpa conseguimos esto.
1,2,3,4 y medio regreso a contar.
1,2,3,4 y medio brindo por mi actual felicidad.

sábado, 27 de agosto de 2011

La historia de mi vida


Me detuve unos segundos antes de responder, tomé aire y así como así brotó de mi corazón:
-Amy, yo sé lo que en verdad es el sufrimiento. He estado muy cerca de él, más bien he vivido con él durante casi tres años –corregí acaparando la atención por completo de la muchacha. Sus ojos se abrieron de par en par y pude ver muy dentro de ellos como el verde agua de su iris pasaba a ser un verde musgo profundo, tanto como el mar- sé lo que se siente ser pisoteada por un hombre, humillada delante de todos tus amigos e irremediablemente una mala hija para tus padres. Aún recuerdo todos los malos momentos por los que tuve que pasar. Se lo que se siente que una persona no corresponda a tu amor, que tome tus sentimientos con un cuidado extremo y de un segundo a otro arrebate con ellos contra una pared y los hago añicos. Se lo que es vivir todo el día encerrada en tu habitación con miedo a salir mientras tus amigos se acostumbran de tu ausencia. Se lo que es ver llorar a tus padres por tu culpa, arruinarles la vida y su trabajo, como sus ojeras y canas comienzan a florecer a temprana edad y se convierten en una flor marchita, quitándoles años de vida –tome aire, decir aquello me estaba costando más de lo que imaginaba, pero solo me quedaba algo por decir- Amy, no espero que me entiendas y ojalá jamás tengas que pasar por algo similar para comprenderme. Pero he sufrido tanto todos estos años, que una vez que encuentras a una persona que ilumina tu camino, te toma de la mano y te conduce a una vida nueva simplemente quieres vivir en felicidad por el resto de tu vida con ella.

lunes, 15 de agosto de 2011

Edén

Nos conocimos cuando yo tenía 12 años y supongo que el 13 –el tiempo hizo que le restara importancia a su edad, así que prefiero suponer-, no se con exactitud cuándo fue el día que comenzamos a llevarnos extremadamente bien, solo recuerdo su personalidad distante, su frialdad sin sentido y ese espíritu sarcástico que lo embriagaba todo el tiempo. No era una persona fácil de tratar, vivía escondiendo sus propios deseos y jamás mencionaba la razón por la cual se encontraba callado la mayor parte del tiempo, la verdad es que era una persona muy dulce, aprendí a manejar su personalidad y supongo que vio algo en mi que le recordó a un ser muy querido porque no tardamos en hacernos buenos amigos. Aunque le costara profundizar sus sentimientos con tan solo ver su rostro yo ya sabía lo que le pasaba, obviamente él lo negaba diciéndome que se encontraba perfectamente pero nunca pudo mentirme, de hecho hasta en la actualidad sigue sin poder hacerlo.
Nuestras historias amorosas eran muy similares, él se encontraba perdidamente enamorada de una mujer la cual no le correspondía a su amor, aunque de cierta manera ella tampoco quería que se separara de él, era un histeriqueo mutuo el cual no duró mucho tiempo más, aunque él guardó cariño por ella toda la vida.
Lo acompañé en todo momento, le brindé consejos y fui útil –o al menos eso intenté- la mayor parte del tiempo que pudiera.
Creo que fue en ese momento donde el finalmente me abrió su corazón y lo conocí verdaderamente, lo que antes sabía de él de pronto paso a ser un espejismo muy lejano, no comprendía como una persona podía ocultarse así misma solo por miedo a resultar herida, pero en cuanto me contó su historia, su niñez, sus desgracias pasadas comprendí que tenía más de una razón para ser tan extremadamente reservado con la mayoría del mundo.
Pase a ser parte de su círculo de confianza y con un poco de tiempo más nos convertimos en ‘hermanos’ debido a las mil similitudes que compartíamos, tanto en comportamientos, situaciones vividas y hasta en detalles mínimos de nuestra vida cotidiana.
Éramos el uno para el otro y viceversa, nos pasábamos horas charlando sobre temas sin importancia y riéndonos de los pensamientos incoherentes que teníamos muchas veces.
Era un poco extraño, sentir tanto cariño por una persona tan parecida a uno y diferente al mismo tiempo. Pero sucedió, no sé cómo, cuándo ni por qué. Ya tenía 15 años y sencillamente me enamoré de él.
Jamás fui tan feliz con una persona, nuestro amor era fruto de meses y meses de charlas, comentarios dulces y alguna que otra mirada pícara. Era todo lo que deseaba, y así quería que fuera por el resto de mi vida.
Pero los problemas no tardaron en llegar, al menos una vez al mes él desaparecía de la faz de la tierra, no me explicaba adónde se iba, simplemente dejaba de contestar mis llamadas, mis mensajes de texto y ni siquiera contestaba la puerta de su casa. Era como si de pronto se convirtiera en un fantasma el cual debe cumplir su condena tres días al mes. Luego regresaba, como si nada hubiera sucedido, con una actitud diferente, un poco susceptible a lo que yo tuviera para decirle respecto a su desaparición, por eso optaba por callar, tragarme lo que tuviera para acotar y hacer como si no hubiera sucedido nada.
Era tierno, compañero, amable y me alentaba en todo lo que quisiera hacer y buscara en mi vida, pero había algo que fallaba, algo lo que no iba bien. Nuestras personalidades juntas hacían que la relación se convirtiera en una especie de Edén, era todo perfecto, pero allí, en un lugar muy oscuro un árbol se alzaba
perennemente repleto de jugosas manzanas, las cuales insistían por ser probadas.
Jamás le fallé y jamás deje de amarlo, siempre le di todo lo que necesitaba y con el tiempo me di cuenta que tal vez le di más de lo que él mismo se merecía, pero no podía hacer nada contra ello, lo amaba de una manera irracional, creo que esa fue una de las razones por las cuales al día siguiente de haber cumplido 7 meses volvió a desaparecer, pero esta vez sí se encontraba en su casa, simplemente que me ignoraba.
Él había tomado una decisión la cual el muy cobarde no se había animado a decirme en el momento, por eso optó por alejarse de mí para que yo ‘captara’ que no quería seguir más conmigo. Ese día perdí mi dignidad y mi orgullo en el suelo de aquella habitación, me arrodillé a sus pies y llorisqueé como a una nena que le apartan a su madre para toda la vida, aferrada a su cuerpo me negaba a creer las incoherencias que se encontraba diciendo. Lo último que le oí decir antes de abandonarme en aquel frío suelo de mármol fue ‘Cuídate, te quiero mucho’.
Una semana después se encontraba en busca de otra mujer. Tres meses luego se convertía en el novio de ella. Y unos meses más tarde yo me enteraría que la conquisto exactamente de la misma manera que lo había hecho conmigo.

Después de todo, comprendí, que al final no éramos tan parecidos.

domingo, 22 de mayo de 2011

Sentir

Mi vista panorámica, mi manera de ver y reflejarme en el espejo. Unos pelos salidos de lugar, unas ojeras talladas en mi piel, unas pestañas largas con restos de maquillaje, unos labios resecos, y mis ojos… malditos ojos que me muestran lo que no quiero ver y me enseñan aquello que más detesto. Esos ojos profundos casi sin vida, tan profundos como el océano que me adentran a un mundo inexistente, me pierdo en ellos y vuelvo a ser, una y otra vez, nazco y muero, constantemente entre el cielo y el infierno, entre la realidad y los sueños, divagando de aquí para allá, tomando decisiones erróneas y equivocándome sin aprender, tropezando siempre con la misma piedra, cayéndome sin levantarme y siendo sin ser. Y cuando vuelvo a bajar, no retrocedo, caigo en el suelo en un golpe brusco. Maldita cabeza, malditos pensamientos, maldito pasado y maldita yo por seguir pensando.